El sensacionalismo no ayuda a avanzar, la ciencia sí

«La gente cree que la ciencia no es inmediata».

Hace poco en una cena, un chico me dijo que le escamaba un poco el hecho de que las noticias estuvieran diciendo constantemente que se había descubierto “la cura contra algo”, “la clave para frenar el cáncer” o “el tratamiento definitivo para”. Según lo que puedo oír de personas poco familiarizadas con el mundo de la investigación farmacéutica o biomédica, reina la sensación de que toda la información que se lanza solo genera unas esperanzas que luego no se ven cumplidas. Con este artículo pretendo contextualizar el por qué de estas sensaciones intentando dar una explicación lógica a las mismas.

En primer lugar, quisiera destacar que el sensacionalismo, venga del medio que venga, no deja de ser una piedra en contra de la verdad. En política o en economía puede doler, pero en ciencia también. Estamos acostumbrados a que la prensa dedique poco tiempo a comunicar ciencia y que, cuando lo hace, suele usar titulares altamente atrayentes pero muy poco veraces.

Hace poco salió la noticia de que se habían curado un cierto número de personas del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), una enfermedad a día de hoy crónica en nuestro primer mundo pero que supone un autentico drama en zonas menos desarrolladas. En realidad, lo que ocurrió es que de las seis personas que se sometieron a un transplante de células madre, cinco lograron una cantidad de virus indetectable y otra consiguió no tener anticuerpos (sustancias que se secretan como respuesta a una infección) en un proceso llamado serorreversión y que es muy raro. Así pues, se abrió una puerta increíblemente esperanzadora para los pacientes con VIH, pero de ahí a que se curasen, hay una diferencia. Con este tipo de noticias tergiversadas o maquilladas, no sabemos si por desconocimiento o por buscar ‘clicks’, lo único que se consigue es que las personas pierdan la fe en que la ciencia funcione, porque son pocas las noticias que luego se corresponden en el tiempo con una realidad.

Aquí entra en juego el segundo factor, y es que la gente se cree que la ciencia no es inmediata pero que aún así se pueden obtener resultados a corto plazo. Así, cuando sale en las noticias que se ha descubierto una nueva diana contra el cáncer, la gente cree que en dos o tres años van a tener un fármaco nuevo. Pero el proceso científico hasta el desarrollo de un nuevo medicamento es mucho más complicado. Cuando se identifica esta ‘diana’ suele ser en cultivos de células o en animales de experimentación. Sería la primera fase de una etapa preclínica. Pueden pasar muchos años, o incluso no llegar a pasar, que se desarrolle una molécula (biológica o química) que se dirija a esa diana y logre hacer un efecto. Cuando se consiguen suficientes pruebas de que la molécula funciona en ratones, se pasa a un estudio clínico. Un estudio clínico dura mínimo 10 años, suponiendo que todo vaya bien.

Tiene cuatro fases, tres de las cuales se suceden antes de la comercialización y la última, después. Un fármaco nunca deja de estar en observación. Así pues, primero se prueba en individuos sanos y luego en pacientes, en grupos pequeños y luego grandes. Después debe conseguir pasar todos los criterios de una agencia para su comercialización (en España es la AEMPS) y luego entra en el proceso llamado farmacovigilancia en el que estamos involucrados todos los sanitarios. Dadas las muchas variables que se observan durante todas estas fases, solo 1 de cada 10000 moléculas llega al mercado, lo que supone que la mayoría de los hallazgos no llegan a prosperar, y luego, como en el terrible caso de la talidomida, se pueden aprobar y retirar al cabo del tiempo porque sus riesgos superan a sus beneficios.

La ciencia es una carrera de fondo. Solo con el trabajo constante y la buena comunicación se puede hacer partícipe a la sociedad de lo importantes que son los nuevos descubrimientos y de que poco a poco ofrecen resultados, pero ante todo hay que ser realistas y rigurosos con lo que transmitimos. Gracias a la labor de numerosos divulgadores y periodistas científicos esta información ‘sensacionalista’ cada vez es más criticada y menos empleada, haciendo de esta una sociedad, no solo más, sino mejor informada.

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