He aprendido a montar en bici a los 24 años y esta es mi experiencia
No tuve alternativa: si quería sobrevivir, tenía que aprender.

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Espero que mi dramatismo no os cause ningún rechazo, pero os voy a contar la historia de cómo tuve que aprender a montar en bicicleta a mis 24 años. Fue durante este mes de septiembre. Hice un viaje a Delft, Holanda, y me avisaron previamente: nuestro medio de transporte va a ser la bicicleta.
Me entraron sudores fríos. Tengo recuerdos de haber usado una bicicleta en mi más tierna infancia, con unos 5 o 6 años. Pero cuando le hablo de ello a mis padres, ellos responden que nunca salí de la calle de casa. Así que, realmente, ir en bici por una calle recta dando vueltas a los 5 años no cuenta mucho como experiencia de «montar en bicicleta». Mi primer enfrentamiento real iba a ser en el país donde existen más bicis que personas, donde los coches no tienen preferencia, donde los bebés nacen pedaleando.
Tuve varios meses para mentalizarme, ninguno de los cuales hice algo por ensayar más que utilizar dos veces la bicicleta elíptica del gimnasio. Digo dos veces porque tampoco os vayáis a pensar que estoy amortizando mi suscripción al gym. De todos modos, no es algo muy útil porque lo importante es mantener el equilibrio. Cuando por fin llegó el día de coger una bici, descubrí que mantener el equilibrio no era lo difícil. Lo más complicado era algo que me ha perseguido desde pequeña, y que en este nuevo reto de mi vida no iba a ser menos: mi altura.
Había varias posibilidades a la hora de conseguir unas bicicletas para ese fin de semana. Hay empresas que donde puedes alquilar bicis, los hoteles también suelen tener varias disponibles para alquiler. Por comodidad y conveniencia, decidimos utilizar una aplicación que era muy fácil de usar: a través del mapa buscas la bici más cercana, la desbloqueas con un código QR y la bloqueas una vez finalizado el viaje. Lo malo de esta aplicación es que no puedes elegir el tamaño de las bicicletas porque son todas iguales y, aunque se puede regular el sillín, no baja demasiado. Yo no llegaba al suelo y me sentía vulnerable.
Muchas veces a lo largo del camino tenía que bajar de la bicicleta porque había que parar: lo que para una persona de altura media lo más normal es poner un pie en la carretera para mí era una hazaña imposible. Y luego volver a subir era complicado, porque tenía que saltar y rezar porque la gravedad no jugara en mi contra.

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Fueron cuatro días intensos por el carril bici. Los autobuses pasaban muy cerca, cruzar carreteras con coches me ponía nerviosa y no hablemos de subir y bajar puentes. Qué calor, qué agujetas, qué velocidades. Ahora tengo gemelos de cemento. Menos mal que no me llovió. Eso, para otro viaje.
Lo importante es que fue una experiencia divertida, que mi hermano ya no puede reírse de mí por no saber montar en bici, y que ahora nadie sabría diferenciarme de una holandesa por mi habilidad en el manillar. Más o menos.
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