No es política, es Manuela | Julen’s Stories
A día de hoy, la alcaldía de Madrid aún está en juego.

Manuela Carmena fotografiada por Antartica Studios.
En agosto se cumplirán tres años desde que me mudé a Madrid. Me mudaba a una ciudad conocida y desconocida a la vez, una ciudad que era mi opción B y que, sobre todo, iba a tener fecha de caducidad cercana. Empadronarme nunca fue una opción porque Madrid sería temporal hasta aclarar qué quería hacer con mi vida. Por aquella época la mitad de mi sueldo venía de las campañas publicitarias que publicaba en mis redes sociales y la otra mitad venía por participar en un programa de televisión del País Vasco que hacía que me comiese seis horas de autobús los miércoles en dirección a Donostia y otras seis horas de vuelta los sábados por la mañana. No fue una época fácil y cada semana encontraba el momento de soltar en alguna conversación que “en Donosti se vive mejor”.
Mi primer piso en Madrid estaba a escasos 60 metros de gran vía y a otros aún más escasos quince metros de la Plaza Pedro Cerolo, uno de los corazones del barrio de Chueca. Vivía y trabajaba en un ático de 34 metros cuadrados con ventanas por las que no se podía ver la calle. Solo el cielo siempre contaminado de la ciudad. Ese invierno pasé el peor frío que he sufrido en una casa y el siguiente verano pasé el más horrendo calor que he vivido en un interior. La lluvia se colaba por las ventanas marcando la pared de amarillo y una noche cualquiera me intentaron robar en el portal.
Por año nuevo regalé una botella de vino al portero porque más de una vez lo escuché hablar solo y me intimidó más de lo debido. Unas cuantas semanas después una de mis vecinas me escribió diciendo que se iba de su piso porque había tenido una discusión terrorífica con el portero y tenía miedo de que, en cualquier momento, le entrase a casa. Además de todos los disgustos me costaba 550€ mensuales sin incluir gastos. “En Donosti se vive mejor”.
El siguiente agosto me mudé junto a dos compañeros a unos 20 minutos al este del Retiro, muy cerca del metro Sainz de Baranda. El piso era más grande, más barato y tenía la tranquilidad de que alguien cuidaría del piso cuando estuviese de viaje. Pero para viajes los que tenía que hacer para acercarme al centro para los “¿oye, tomamos un café?”. Mis respuestas pasaron de ser “llego en cinco minutos” del anterior año a “no voy a ir porque para cuando llegue ya os estaréis yendo”.
De media pasaba hora y media en el transporte público cada vez que quería acercarme al centro y me convertí en voyeur de los atascos de Gran Vía. Veía cómo, día sí y día también, las ambulancias con las sirenas a todo volumen no eran capaces de atravesar semejante colapso para llegar a su destino lo antes posible, al igual que escuchaba a los propios madrileños decir que llevaban meses sin pisar Gran Vía porque sus minúsculas aceras no admitían un solo viandante más. Ese mismo marzo se nos inundó el baño por culpa de una tubería vieja y la dueña del piso nos instó a buscar otro mientras que durasen las obras, porque ese baño quedaría inutilizable durante siete días. Cogí algo de ropa, el portátil y la cámara y ya no volví al piso. “En Donosti se vive mejor”.
Presenté en sociedad el nuevo piso en el que viviría con Omai, con un gato calvo y gordo llamado Yoda y con otro gato igual de calvo pero quizá menos gordo llamado Finn, subiendo un house tour a Youtube.
Mientras que los meses iban y venían las obras de la Alcaldesa transformaron por completo la Gran Vía. “Ahora se puede caminar” decía la gente y “ahora se vende más” admitían los comercios. Un proyecto polémico llamado Madrid Central cerró al tráfico el centro y desaparecieron los atascos al igual que la nube negra se empezó a disipar. La ciudad y sus diversas y empoderadas mujeres hicieron historia dos 8M consecutivos con las mayores manifestaciones a nivel europeo. Y de nuevo Madrid fue la capital mundial de la diversidad llenando las calles de color y acogiendo uno de los mayores Orgullos a nivel mundial.

El movimiento feminista del 8M en Madrid. Foto de Jaime Villanueva
En la ciudad del individualismo, y donde el coche era una extremidad más del cuerpo, empezaron a aparecer calles peatonales, aceras ensanchadas, árboles y jardines mejorados, y empezaron las obras para mejorar y hacer más verde Plaza España. Por primera vez la ciudad escuchaba a su gente y respondía con cultura y más cultura. El resto de capitales de occidente ponían la lupa en Madrid para aprender de sus políticas económicas y de cómo la ciudad conseguía reducir su deuda mientras aumentaba el gasto social.
El día anterior a las elecciones escribí lo siguiente en Twitter: este finde he vuelto a casa, a Donosti, a votar. Aunque no vote en Madrid llevo tres años en los que duermo más noches allí que en mi ciudad. Madrid también es un poco mía y yo soy un poco Madrid. Ojalá le regaléis a Madrid otros cuatro años de Manuela Carmena.
A día de hoy la alcaldía de la ciudad aún está en juego y… la verdad es que en Donosti… se vive muy bien, pero, ¿sabéis qué? Madrid con Manuela empezaba a estar bastante bien.
Este finde he vuelto a casa, a Donosti, a votar. Aunque no vote en Madrid llevo tres años en los que duermo más noches allí que en mi tierra. Madrid también es un poco mía y yo soy un poco Madrid. Ojalá le regaléis a Madrid otros cuatro años de Manuela Carmena. https://t.co/nuOLoTs841
— Julen Hernandez (@JulenHernandez) May 24, 2019
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