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Un café sin café con Irene Montero | Julen’s Stories

He tenido la oportunidad de charlar con Irene Montero y esta ha sido la experiencia.

Julen Hernandez con Irene Montero

Al poco rato de despertarme por la mañana recibí en el móvil una notificación que me avisaba de que Irene Montero me había etiquetado en una foto y unos Stories de su cuenta de Instagram.

Resulta que hace un par de semanas mientras visitábamos el Parlamento Europeo en Bruselas mi móvil vibró avisándome de mensajes nuevos. Alguien del equipo de Irene Montero había invitado a una amiga y muy conocida Youtuber (y músico, y podcaster) a tomar un café con la número dos del partido en su despacho del Congreso de los Diputados de Madrid. “Julen, ¿tú quieres venir?”, me dijo ella. No sé cuántas veces afirmé, confirme y acepté la invitación. Pero .

No volví a insistir porque este tipo de cosas se suelen caer a menudo por problemas de agenda, viajes, problemas burocráticos o mil excusas más pero mi móvil vibró de nuevo, “Quedamos mañana a las 11, tomamos café y entramos, ¿sí?”. Sí.

Con el café en mano surgió la charla de los cuatro invitados en una cafetería pre-visita al Congreso. Lucía intentaba tranquilizarnos a Melo y a mi mientras que Jaume le daba vueltas a alguna posible pregunta que le gustaría plantear. Se acercó la hora y entramos por la puerta lateral del edificio del Congreso. “¿Habéis traído los DNI? Yo casi me lo dejo en casa” escuché. Efectivamente me lo dejé en casa aunque (y menos mal) no me pusieron inconveniente en entrar con el carnet de conducir.

Esperamos un par de minutos hasta que aparecieron Teresa y Tsun, que se presentaron como “miembros del equipo de Irene”. Subimos algunas plantas en ascensor y cruzamos un largo pasillo lleno de pegatinas moradas, carteles reivindicativos y algún mensaje en Euskera. Teresa tocó dos veces la puerta y tecleó una contraseña en el pomo. “Hola, ¿qué tal?” nos saludó Irene Montero, portavoz de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados.

El grupo en su charla con Irene.

Iba con infinitas ganas de charlar sobre política, de preguntarles por qué no se ha hecho gobierno, si verdaderamente creen que han hecho todo lo posible por blindar las instituciones de la extrema (y radical) derecha, y si repetir elecciones es un fracaso… y sin embargo no se habló de nada de eso en la primera hora. Charlamos sobre comunicación digital, tanto ella como su equipo se interesaron por nuestras trayectorias en YouTube, nos preguntaron nuestra opinión por distintos creadores digitales y sobre las tendencias que creemos que llegarán en los próximos meses. Incluso hablando sobre el currículum de cada uno de nosotros tuve la oportunidad de presentarles el documental que produje en septiembre “Tradición o machismo: Un pueblo dividido. El Caso Jaizkibel” que está disponible en mi canal de Youtube.

Una hora después de haber entrado al despacho, lejos de dar fin al encuentro informal, la conversación dio un vuelco y tuvimos la oportunidad de charlar sobre los temas políticos que teníamos en mente, aclarar alguna duda y de mostrar disconformidad con alguno de los acontecimientos de los últimos meses. Podremos estar de acuerdo en infinidad de cosas o podremos discrepar en aún más asuntos pero siempre es un placer preguntar las cosas a la cara y, sobre todo, recibir respuestas sinceras y directas.

Pasó otra hora más cuando nos avisaron de que Irene llegaría tarde a una reunión y que nos tocaba ir terminando. “¡Ay! ¡No os hemos ofrecido café!” recordó la número dos del partido. A mi me gusta pensar que cuando llevas dos horas charlando con alguien sin haberte acordado de ofrecer agua o café es señal de que la visita ha sido del agrado de todas y todos, y eso tiene incluso más valor que el café recién hecho que puede ofrecerte alguien a quien admiras.

Así es como a la mañana siguiente,  al poco rato de despertarme, recibí en el móvil una notificación que me avisaba de que Irene Montero me había etiquetado en una foto y unos Stories de su cuenta de Instagram.

Tengo la cabeza en otro sitio | Julen’s Stories

Vuelven las columnas semanales de Julen Hernandez.

Foto hecha en Hondarribia por Joaquín Reixa.

Reinauguro la vuelta al cole de mi columna en Omglobalnews admitiendo que tengo la cabeza en otro sitio. El pasado fin de semana viajamos hasta Hondarribia en Guipúzcoa para producir y grabar el vídeo más complejo que ha visto (o verá) mi canal de Youtube en estos siete años y medio de vida. Es un proyecto que lleva en mi mente varios años y que, por circunstancias ajenas y personales, no he podido hacer antes. Y ahora que lo pienso menos mal porque la madurez y la valentía han jugado a favor este 2019.

Hemos bebido de toda aquella fuente de información que nos ayudase a tener la imagen general y beneficiase este reportaje: hemos leído docenas de artículos, hemos visto vídeos de sucesos antiguos y no tan antiguos, ha pasado por nuestras pantallas un documental excepcional de Jone Karres y Eneko Olasagasti, y por nuestras manos el libro de Maite Asensio y Arantxa Iraola, hemos hablado con luchadoras y, lamentablemente, nos han negado la palabra los representantes políticos del Ayuntamiento de la localidad y de la Diputación de Guipúzcoa.

Ha quedado todo grabado, empezando desde el sexismo institucionalizado y siguiendo con el silencio cómplice de los que saben que ninguna palabra puede justificar una postura en la que no se tiene en cuenta a la mitad de la población. Pero, sobre todo, hemos querido ceder mi plataforma a las que un día levantaron la voz en busca de sus derechos aún sabiendo que eso implicaría poner en riesgo absolutamente todo lo que tenían.

Publicamos el primer (y provisional) tráiler el domingo 8 de septiembre nada más terminar el rodaje y la respuesta ha sido masiva. Más de 19.000 visitas en Twitter, más de 6.000 en Instagram y la bandeja de mensajes privados a rebosar.

Llevo tres jornadas completas, con sus horas extras, invertidas en la edición del vídeo y aún queda muchísimo trabajo por hacer, y por eso despido esta breve reinauguración de la columna porque tengo la cabeza en otro sitio. Ojalá os guste.

La experiencia de ser hombre y pintarse las uñas | Julen’s Stories

“¿Y si te viene una chica con bigote?”

Foto de Biel Morro

Desde hace un mes llevo las uñas pintadas de negro. Una de las respuestas lógicas a mi anterior afirmación debería ser “pues vale” y con eso debería terminarse mi columna de hoy. Pero en el momento en el que entré al local de uñas de Nueva York con mi amiga Geor, sabía que existía la posibilidad de que alguien fuese más allá de ese “pues vale”, y que tenía que estar preparado.

Tendría que estar preparado para responder tanto a halagos como a críticas, pasando por preguntas de curiosos. He notado miradas y sonrisas cómplices de la misma manera que miro yo cuando me cruzo con alguien que lleva un maquillaje espectacular. En un par de cafeterías de Nueva York me sacaron una sonrisa con un “dude, that’s fancy” y “here you have your iced latte, by the way I love your nails, man”.

He recibido docenas de mensajes en mis redes sociales animándome a probar colores más llamativos y un par de confesiones de chicos a los que en casa les habían prohibido pintarse las uñas.

Este mismo lunes en Barcelona alguien fue más allá de ese “pues vale” y me pilló algo desprevenido. Quedé con un amigo por la Plaça del Sol y nos acercamos a un pequeño supermercado para comprar algo de beber. Fui a pagar. Pagué. Y entonces llegó el “oye, ¿te importa si te hago una pregunta?”.

No tenía ni idea de qué querría saber la chica que me estaba cobrando. Miré mi mano derecha y me vi la pulsera del Primavera Sound. Por un momento pensé que querría preguntarme si Rosalía valía la pena en directo, si Miley Cyrus es tan espectacular como se dice o si es verdad que Janelle Monae fue lo mejor del festival. Le dije que adelante, a lo que ella se aventuró con “¿por qué te pintas las uñas?”.

Foto de Kris Atomic

Un mes antes, en ese curioso nail saloon de Nueva York,  mientras me pintaban las primeras uñas de la mano derecha, me pregunté a mi mismo “¿por qué estoy haciendo esto?”. Le di vueltas un buen rato y no se me ocurrió otra respuesta que “porque puedo”. Quería, podía y así lo hice. Me prometí que si alguien me preguntaba algo al respecto ésa debía ser mi primera respuesta.

“Porque puedo” le dije. Soné borde, no fue intencionado. “Ya pero tú…” hubo un silencio. Le señalé sus uñas. Las llevaba largas, afiladas y perfectamente pintadas de rosa y plateado. “Pero tú eres chico y yo soy chica”. Me señaló el bigote, “es como si yo me dejase bigote”. Mi amigo nos miraba.

– Me parecería genial que, si tú quieres, te dejes bigote.
– ¿Una chica? ¿Con bigote?
– Eso es. – le dije yo.
– Y las axilas, y las piernas con pelo… No, no.
– A mi me gusta el pelo.
– ¡Qué horror!

Hubo otro silencio porque no supe qué más responder. Volvió a hablar para decirme que esperaba que no me hubiese molestado esa pregunta. “En absoluto”. Me dijo que quizá me las pintaba porque pertenecía a alguna secta o porque se lo vi a un cantante de moda de cuyo nombre no me acuerdo. No estaba entendiendo hasta dónde iba a torcerse esa conversación y yo lo único que quería era que le cobrasen la bebida a mi amigo para sentarnos en la plaza y charlar tranquilamente.

Estos días he intentado recordar cuándo fue la última vez que llevé las uñas pintadas y, a no ser que mi desastrosa memoria me falle, la cifra es veinte.

Hace veinte años, cuando tan solo tenía cinco o seis, una de nuestras monitoras de verano se ofreció a pintármelas después de habérselas pintado a las chicas. Acepté encantado y el olor a esmalte se me incrustó en lo más profundo de mi cabeza. Tanto que siempre he querido volver a pintármelas y no he sido consciente hasta ahora. ¿Será que era más libre a los cinco años que a los quince?

Desde hace un mes llevo las uñas pintadas de negro y, pues vale, pero me encanta.

No es política, es Manuela | Julen’s Stories

A día de hoy, la alcaldía de Madrid aún está en juego.

Manuela Carmena fotografiada por Antartica Studios.

En agosto se cumplirán tres años desde que me mudé a Madrid. Me mudaba a una ciudad conocida y desconocida a la vez, una ciudad que era mi opción B y que, sobre todo, iba a tener fecha de caducidad cercana. Empadronarme nunca fue una opción porque Madrid sería temporal hasta aclarar qué quería hacer con mi vida. Por aquella época la mitad de mi sueldo venía de las campañas publicitarias que publicaba en mis redes sociales y la otra mitad venía por participar en un programa de televisión del País Vasco que hacía que me comiese seis horas de autobús los miércoles en dirección a Donostia y otras seis horas de vuelta los sábados por la mañana. No fue una época fácil y cada semana encontraba el momento de soltar en alguna conversación que “en Donosti se vive mejor”. 

Mi primer piso en Madrid estaba a escasos 60 metros de gran vía y a otros aún más escasos quince metros de la Plaza Pedro Cerolo, uno de los corazones del barrio de Chueca. Vivía y trabajaba en un ático de 34 metros cuadrados con ventanas por las que no se podía ver la calle. Solo el cielo siempre contaminado de la ciudad. Ese invierno pasé el peor frío que he sufrido en una casa y el siguiente verano pasé el más horrendo calor que he vivido en un interior. La lluvia se colaba por las ventanas marcando la pared de amarillo y una noche cualquiera me intentaron robar en el portal.

Por año nuevo regalé una botella de vino al portero porque más de una vez lo escuché hablar solo y me intimidó más de lo debido. Unas cuantas semanas después una de mis vecinas me escribió diciendo que se iba de su piso porque había tenido una discusión terrorífica con el portero y tenía miedo de que, en cualquier momento, le entrase a casa. Además de todos los disgustos me costaba 550€ mensuales sin incluir gastos. “En Donosti se vive mejor”.

El siguiente agosto me mudé junto a dos compañeros a unos 20 minutos al este del Retiro, muy cerca del metro Sainz de Baranda. El piso era más grande, más barato y tenía la tranquilidad de que alguien cuidaría del piso cuando estuviese de viaje. Pero para viajes los que tenía que hacer para acercarme al centro para los “¿oye, tomamos un café?”. Mis respuestas pasaron de ser “llego en cinco minutos” del anterior año a “no voy a ir porque para cuando llegue ya os estaréis yendo”.

De media pasaba hora y media en el transporte público cada vez que quería acercarme al centro y me convertí en voyeur de los atascos de Gran Vía. Veía cómo, día sí y día también, las ambulancias con las sirenas a todo volumen no eran capaces de atravesar semejante colapso para llegar a su destino lo antes posible, al igual que escuchaba a los propios madrileños decir que llevaban meses sin pisar Gran Vía porque sus minúsculas aceras no admitían un solo viandante más. Ese mismo marzo se nos inundó el baño por culpa de una tubería vieja y la dueña del piso nos instó a buscar otro mientras que durasen las obras, porque ese baño quedaría inutilizable durante siete días. Cogí algo de ropa, el portátil y la cámara y ya no volví al piso. “En Donosti se vive mejor”.

Presenté en sociedad el nuevo piso en el que viviría con Omai, con un gato calvo y gordo llamado Yoda y con otro gato igual de calvo pero quizá menos gordo llamado Finn, subiendo un house tour a Youtube.

Mientras que los meses iban y venían las obras de la Alcaldesa transformaron por completo la Gran Vía. “Ahora se puede caminar” decía la gente y “ahora se vende más” admitían los comercios. Un proyecto polémico llamado Madrid Central cerró al tráfico el centro y desaparecieron los atascos al igual que la nube negra se empezó a disipar. La ciudad y sus diversas y empoderadas mujeres hicieron historia dos 8M consecutivos con las mayores manifestaciones a nivel europeo. Y de nuevo Madrid fue la capital mundial de la diversidad llenando las calles de color y acogiendo uno de los mayores Orgullos a nivel mundial.

El movimiento feminista del 8M en Madrid. Foto de Jaime Villanueva

En la ciudad del individualismo, y donde el coche era una extremidad más del cuerpo, empezaron a aparecer calles peatonales, aceras ensanchadas, árboles y jardines mejorados, y empezaron las obras para mejorar y hacer más verde Plaza España. Por primera vez la ciudad escuchaba a su gente y respondía con cultura y más cultura. El resto de capitales de occidente ponían la lupa en Madrid para aprender de sus políticas económicas y de cómo la ciudad conseguía reducir su deuda mientras aumentaba el gasto social.

El día anterior a las elecciones escribí lo siguiente en Twitter: este finde he vuelto a casa, a Donosti, a votar. Aunque no vote en Madrid llevo tres años en los que duermo más noches allí que en mi ciudad. Madrid también es un poco mía y yo soy un poco Madrid. Ojalá le regaléis a Madrid otros cuatro años de Manuela Carmena. 

A día de hoy la alcaldía de la ciudad aún está en juego y… la verdad es que en Donosti… se vive muy bien, pero, ¿sabéis qué? Madrid con Manuela empezaba a estar bastante bien.

Cinco veces en las mil Italias | Julen’s Stories

Donde el caos está tan bien ordenado que todo se acerca al colapso aunque sin llegar a colapsar del todo.

Julen en moto en Italia.

Escribo esto desde la cafetería del aeropuerto donde me han mirado mal por pedir un café con soja y hielo. Más que una mirada ha sido— Pero, ¿el café con leche de soja y con cubos de hielo? —Le he dicho que sí, que así es como quería el café—. Pero, ¿con el hielo dentro? ¿Dentro del café? ¿Y con la soja? ¿Todo junto? —y así todo. 

Italia es un país maravilloso, un país compuesto por muchos mundos distintos. Hace millón y medio de años estuve en la mágica Florencia visitando a mi hermano en su Erasmus. Me temo que no me acuerdo demasiado de ese viaje. Sí que me acuerdo del vuelo, sería de las primeras veces que volaba en toda mi vida, nos sirvieron algo de picar y al rato la azafata se me acercó y me dijo— Finito? —. Durante segundo y medio me pensé que debía ser algo así como un complemento, aunque era raro decirle a un niño (delante de sus padres) que estaba flaco. Mi madre más tarde me explicó que “finito” significaba “¿has terminado?”.

Años después, en julio del 2013, viajé a Palermo, en Sicilia, para visitar a mi amiga Lili que también estaba de Erasmus. Sicilia es esa enorme isla que está al final de “la bota”. La gigantesca diferencia cultural con el resto de países europeos que había visitado me asustó al principio y terminó enamorándome en cuanto Lili me sacó de paseo por las coloridas y aromáticas calles de Palermo. Parecía uno de esos bares de Star Wars donde se mezclan criaturas de mil universos distintos mientras beben en armonía y suena música de saxofón de fondo.

Nunca había saboreado tanto la comida como allí, ni había sudado tanto, ni había visto tantas cucarachas juntas, ni todo me importaba tan poco como ahí. Ahí nació mi canal secundario de YouTube ExtraJulen, y cada día me agradezco a mi mismo el esfuerzo de haber subido un vídeo diario desde esas tierras para poder recordar la aventura para siempre. Dejaba a Lili haciendo algún recado y me solía ir a algún locutorio para intentar subir el vídeo del día.

Más tarde, en mayo del 2016, visité Roma con algunas amigas de mi propio Erasmus. Si no me equivoco diría que hay un vídeo de ese viaje en mi canal de Youtube. Me sorprendió encontrarme con una ciudad tan energética y donde el caos estaba tan bien ordenado que todo se acercaba al colapso aunque sin llegar a colapsar del todo. De ahí cogí un tren hasta Turín para visitar a mi amiga Kattalin en su Erasmus y conocer la Italia del norte. Una Italia más Suiza que Italia.

Casi un año más tarde se me fue la olla y decidí que quería hacer un Interrail de 10 días en solitario por Italia. En realidad el Plan A era Suecia, pero el presupuesto no acompañaba e Italia sale más económico. Llegué por primera vez a Milán con una norme mochila en la espalda y una más pequeña con los objetos que no quería que me robasen en mi pecho. No me robaron pero sí que me timaron 30€ por una tarjeta SIM para el móvil.

Por aquella época, hasta junio del 2017, el uso de datos móviles en el resto de países europeos se pagaba a precio de los diamantes de Tiffany’s. Gracias Parlamento Europeo por romper fronteras, pensar en los que no podemos vivir sin internet y ahorrarnos una millonada.

Y no, Milán no es tan feo como te hacen creer. De ahí quise ir a Génova (Italia) aunque me confundí de tren y me fui en dirección contraria a Ginebra (Suiza). Lloré un poco, valoré volver a casa pero seguí mi aventura italiana. Pasé por Génova, Cinque Terre, Pisa, un pueblo costero realmente feo del no recuerdo ni el nombre (lo acabo de mirar y se llama Livorno), la Toscana (alquilé una Vespa y fue el mejor plan que pude haber hecho) y puse fin al viaje visitando Florencia. Sin duda fue un viaje lleno de retos, de muchísimo silencio, de aprendizaje y de satisfacción personal. Nunca pensé que me atrevería a viajar solo de esa manera y lo conseguí (lo podéis ver en mi canal de Youtube).

Exactamente dos años después he vuelto a Italia, concretamente a Nápoles, que lleva un porcentaje del ADN energético y caótico de Palermo. Hemos visitado Sorrento, Pompeya, Positano, Atrani y Ravello en un pequeño Fiat de alquiler. Me toca decir que menos mal que conducía mi amigo Yoeri (lo conocí en mi Erasmus de Dinamarca) porque yo hubiese puesto el freno de mano nada más salir del parking del aeropuerto y hubiese cogido el primer bus.

Nos han timado en varios sitios por el simple hecho de ser turistas y no hablar italiano, pero era algo con lo que ya contábamos (y que todos los males sean eso). Es curioso ver cómo cuanto más al sur de Roma vas más explosiva es la cultura y la sociedad: nadie hace caso a semáforos ni a las señales de ceda el paso, los peatones cruzan por donde quieren, piden que dejes las llaves dentro del coche en los parkings por si necesitan moverlo para que entren más coches, el precio de casi todo varía en función de lo bien o mal que les caigas, y mil detalles más a los que claramente no estamos acostumbrados pero que hacen que el viaje se convierta en una experiencia espectacular llena de emociones y, sobre todo, de comida exquisita (lo podéis ver en mi Instagram).

Y escribo esto desde la cafetería del aeropuerto donde me siguen mirando curioso porque mi iced latte de soja me está durando dos horas y casi se me ha derretido el hielo por completo, mientras pienso cuándo podré volver de nuevo a Italia.

No se opina | Julen’s Stories

La importancia de votar | Foto de Arnaud Jaegers

El pasado lunes subí un vídeo a mi canal hablando sobre política. Sorprendentemente la bandeja de comentarios se mantuvo limpia sin ningún insulto ni ataque personal aunque sí hubo gente que no opinaba lo mismo que había dicho yo. “Hay que respetar las opiniones” se escucha en la calle. No puedo estar más de acuerdo con eso. Una comunidad diversa con opiniones y posturas dispares es oro para poder seguir evolucionando… hasta que se ponen encima de la mesa derechos humanos básicos. Y eso es un “NO” rotundo. No se opina sobre feminismo, el futuro será feminista o no será. No se opina sobre cómo regular al colectivo LGTB+, el futuro será diverso e inclusivo o no será. No se opina sobre las clases medias y bajas, el futuro es de todos y para todos o no será. Y es que hay una sola cosa clara: o votas o el futuro lo decidirán otros por ti; y te prometo que no te va a gustar.

No son unas elecciones más, que no te engañen. Todos vamos a votar, pero unos nos jugamos más que otros. Algunos votamos por proteger nuestros derechos básicos, y otros juegan a la política para blindar sus carteras. Unos votan para que no haya ninguna mujer asesinada a manos de sus maridos, y otros votan para pagar menos impuestos. Unos votan para poder casarse con el amor de su vida, y otros votan para que los coches puedan entrar de nuevo en el centro de Madrid. Unos votan para que sus hijos e hijas puedan estudiar todo lo que no pudieron estudiar ellos, y otros votan para legalizar las armas.

Unos votan para que la cura del cáncer sea un hospital y no una buena cuenta corriente, y otros para construir un muro de hormigón en la frontera. Unos votan para proteger a los animales, porque ya lo dijo Ghandi “la grandeza y el progreso moral de una nación se mide por cómo trata esta a los animales”, y otros votan para dar subvenciones para hacer de la tortura del toro un espectáculo. Unos votan para que sus trabajos de más de 40 horas semanales no tengan el sueldo precario que el empresario querría pagar, y otros votan para poder tener una plantilla muerta de hambre y asustada en su empresa.

Unos votan para que los bosques sean verdes y los mares azules, y otros votan para construir sobre esos colores y seguir haciendo caja. Unos votan para que los representantes de la ciudadanía sean la propia ciudadanía, y otros votan para poder trabajar en beneficio propio con sueldo público y usar las puertas giratorias a su antojo. Unos votan para que los impuestos lleguen a donde más se necesitan y otros votan para destruir las investigaciones sobre malversación de caudales públicos. Unos votan para que la televisión pública sea independiente y de calidad al servicio de la ciudadanía diversa, y otros votan para que la televisión pública no destape ninguno de los escándalos en los que están envueltos los de arriba.

Unos votan para que todos tengan las mismas oportunidades independientemente de la familia de la que se venga, la tonalidad de su piel, la cartera que tengas, lo que pienses, lo que sientes, a quién ames y lo que seas, y otros votan para que el sistema de privilegios siga en vigor con los que habitan el palacio de la Zarzuela encabezando la lista. 

Y es que hay una sola cosa clara: o votas o tu futuro lo decidirán otros por ti. Y te prometo que el futuro que tienen preparado para ti no te va a gustar.

Cuando las cosas se hacen bien | Julen’s Stories

¿Y si llamamos a cada cosa por su nombre?

¿Por qué decimos refugiados cuando no se les da refugio? Es una pregunta que ayer no supe responder cuando se lanzó la cuestión al aire. El periodismo se consume a más velocidad que el fast food y son pocos los que advierten de sus riesgos. Ayer tuve el placer de asistir a la presentación de un proyecto con sello de garantía de calidad.

Allá por 2015 nuestra compañera de máster, Marta Arias, nos presentaba el que sería su apuesta profesional: periodismo hecho bien. Lo llamaron Revista 5W y tiene todo lo que te puedes esperar de un medio independiente, honesto y honrado. Publicaciones en web, un podcast mensual y una revista en formato libro anual.

La presentación del número 4 de la Revista 5W tuvo lugar en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Llegué media hora antes de que empezase el evento para asegurarme un buen sitio y porque el aforo era libre hasta llenar la sala. Contaron con un maestro de ceremonias de lujo, el gran Roberto Enríquez, también conocido como BobPop por ser una de las pocas personas cuerdas del panorama televisivo actual y por poner los puntos sobre las íes en el programa de Buenafuente.

Se habló sobre las matronas de Colombia, las micro casas de Hong Kong, los yihadistas de las cárceles francesas y sobre temas que no verás en los medios de comunicación más leídos. Se denunció que la falta de cobertura la causaba la falta de interés por parte de los gigantes de la información y no la falta de recursos económicos y se demostró que se pueden trabajar temas internacionales reposados en un medio de subscripción por una cuota fija de 60 euros al año.

En un mundo inquieto y en una época llena de opinión camuflada de noticia se agradece cuando las cosas de hacen bien.

Periodismo en estado de crisis | Julen’s Stories

La información es poder y quien la posee manda.

Fake news, medias verdades, esconder información, mentir…  ¿Quién crea esos bulos? ¿A quién benefician? ¿Qué papel tiene la extrema derecha en todo esto? ¿Cómo se lucha contra esas mentiras? ¿Se puede controlar de alguna manera o eso significaría acercarnos a la censura? ¿Cómo funcionan los gigantes de la comunicación y cómo de gigantes son?

El Julen´s Stories de hoy salta de lo escrito para llegar a lo multimedia. Un reportaje audiovisual de 38 minutos de largo donde sobre la mayor crisis que ha sufrido nunca el periodismo.

He entrevistado a tres grandes periodistas: Clara Jimenez, co-fundadora de Maldita.es, Nerea Reparaz, corresponsal de ETB en París y Laura Rahola, jefa de prensa en la oficina de la Comisión Europea en Barcelona y he transmitido las preguntas que me mandasteis a una cuarta periodista, Marta Arias, periodista especializada en política internacional y una de las creadoras de la Revista 5W.

¿Por qué?

Porque la prensa es poder. Y quien tiene el poder, manda.

Un gran poder supone una gran responsabilidad. Pongamos un ejemplo: ¿Un cuchillo es bueno o malo? Si lo utilizas para cortar un bizcocho es bueno. Si lo usas para hacer daño a alguien, es malo. Lo mismo con el periodismo. Si el periodismo funciona de forma independiente para controlar a los grandes poderes como gobiernos y empresas multinacionales, es un poder que se usa de forma correcta para informar y proteger al pueblo. Y la prensa debería tener ese compromiso con la ciudadanía.

Si, por lo contrario, se utilizan titulares incorrectos, información falsa, manipulada o inventada o si esconden información de vital importancia para la ciudadanía, eso es utilizar la prensa para los intereses propios, y en conclusión: el mayor de los peligros.

Os presento: Periodismo en estado de crisis. El trabajo más ambicioso de toda mi carrera.

Una canción nunca llega tarde | Julen’s Stories

¿Por qué sigo escuchando música de 2010?

Billie Eilish llorando tinta.

Hoy estábamos en la oficina cuando mi amiga Paloma me ha preguntado a ver si ya había visto el nuevo videoclip de Billie Eilish. Le he dicho que no. “Pero sabes quién es Billie Eilish, ¿no?”. Le he dicho qué “por supuesto que sí» aunque nada más decirlo lo he pensado mejor y creo que no sabría decir si he escuchado alguna canción suya alguna vez. Claro que sé quién es, es la chica joven que tiene un videoclip donde llora lágrimas negras. Puede que haya leído lo poco que sé sobre ella en Twitter sin prestar demasiada atención, porque me temo que en realidad no sé quién es realmente. “Mira este videoclip, es nuevo” me ha dicho Paloma abriendo Youtube y he alucinado con Bury A Friend.

Lo más escuchado de mi Spotify.

Según Spotify este pasado 2018 he escuchado 24.982 minutos de música (sale a una hora y pico de música al día). Desconozco si es mucho o poco (aunque yo creía que sería un poco más). Soy usuario de Spotify desde hace 10 años y soy un gran fan del botón de Explorar y de Aleatorio. Trabajo, viajo, hago deporte, cocino… todo con los auriculares puestos aunque muchas veces no preste atención y no sepa qué estoy escuchando. Eso hace que aunque una canción me guste no sepa encontrarla de nuevo y que las estadísticas anuales de mi cuenta me digan que lo más escuchado sean canciones del 2010. Más o menos.

Este pasado año Lady Gaga ha sido la artista que más horas musicales me ha aportado, ninguna sorpresa aquí. Seguida por… y ahora atentas porque viene La Pegatina. Conecto de una manera muy especial con los artistas o grupos que veo en persona y este año tuve la oportunidad de ver (por segunda vez) a La Pegatina en un festival de Cádiz (creo). En las semanas siguientes cada vez que escuchaba al grupo (básicamente todo el rato) me acordaba de lo mucho que salté en primera fila de su concierto. Y minuto a minuto ha terminado convirtiéndose en lo segundo más escuchado del 2018.

Un año más, se cuela en el top tres The Black Eyed Peas, ocupa el cuarto puesto Corinne Bailey Rae y cierra el top cinco la reina del Tra Tra, Rosalía.

Por exigencias del trabajo viajo mucho, paso mucho tiempo fuera de casa (demasiadas horas de autobús), conozco mucha gente nueva todos los meses, voy de reuniones de aquí para allá e infinitas veces me siento pequeño e inseguro. La música es una de las pocas cosas que hacen que sienta que estoy dentro de mi zona de confort, me encuentre en la situación en la que me encuentre. Sé que después de “Whenever you call me” siempre viene “I´m there when you call”. Sé que en Angel Down lo primero que suena es música y que en Angel Down – Work Tape la voz de Gaga es lo primero que escuchamos.

Al igual que sé que en Kukutza III se me va a erizar el pelo en el 4:42, que The Last Dance es perfecta para caminar a buen ritmo y llenarme de energía y que la parte rappeada de Qué Electricidad me va a mejorar el humor antes de que termine la propia canción.

Voy descubriendo música poco a poco, a mi ritmo. Una canción nunca llega tarde, ni pronto, llega exactamente cuando se lo propone, hubiese dicho alguien que yo sé.

Hoy estábamos en la oficina cuando… “mira este videoclip, es nuevo”. Y ahora Billie Eilish será la segunda artista más escuchada de 2019.

¿Cómo de opresor soy? | Julen’s Stories

La semana pasada encontré este retwitt curioso y llegado este punto no entiendo nada.

Ser parte de un colectivo u otro hace que tengas más o menos privilegios. ¿Pero cuántos? | Photo by Rawpixel

La semana pasada encontré un retwitt curioso. Uno más. “La escala de los privilegios. ¿Cómo de opresor eres?” decía un tal @JaimeBN1987 y adjuntaba un cuadro para calcular el nivel de privilegios en una escala que iba desde -100 hasta +100. Si leéis el texto hasta el final podréis ver mi nota. En realidad he de admitir que primero me fijé en el cuadro que decía “How privileged are you?” al que respondí en mi cabeza “bastante privilegiado”. Pero no entendí qué tenía que ver el hecho de que yo me sintiese afortunado y privilegiado de haber nacido donde nací en la época en la que nací y de vivir la vida que vivo con ser opresor. ¿Por qué iba a ser yo opresor? ¡Yo!

Lo de hacer preguntas me viene de sangre periodista y no me pude resistir a hacer esa pregunta en mi grupo de amigas. “¿Os puedo hacer una pregunta?”, me aventuré. “¿Es de política?” me dijo una amiga. Me conocen muy bien al parecer. Me ayudaron a entender que ser privilegiado implica tener privilegios, y que siempre que hay privilegios unos los tienen y otros no, sino no serían privilegios. Así que para que yo me sintiese “bastante privilegiado” tiene que haber alguien que no dispusiese de los privilegios que tengo yo.

En el cuadro del twitt se explicaban varias situaciones en las que te tenías que posicionar en alguna de las respuestas y cada respuesta venía con una puntuación. Sumando todas las puntuaciones salía el resultado final. Ningún rigor científico, ninguna base sociológica, antropológica o psicológica, algo así como un test de Buzzfeed pero aún con menos sentido.

“Raza” decía la primera situación del test; White +25 puntos, Asian +10 puntos, Latino -50, Black -100 y Other -100. Blanco y en botella, +25 puntos para Julen. Sexo masculino, otros 25 puntos. Tener pareja del mismo sexo, -150 puntos. Género CIS, 20 puntos. Y así hasta repasar la tabla entera. El resultado me sorprendió; Julen -10 points que según la tabla sin sentido significa non-privileged.

Si haces tú el test, ¿qué te sale?

¿Dónde estaban los privilegios que creía tener? O, ¿por qué no se muestran mis privilegios en esa tabla? ¿Vivo en una burbuja? ¿Cómo he hecho hasta ahora para no sentirme no-privilegiado según el test? ¿Hay alguna situación (quizá política) que debiese temer que pudiese sacarme de mi burbuja? ¿Partidos políticos de extrema derecha? ¿Cómo de oprimido tienes que estar para que de verdad se muestre tu situación real en el test? ¿Quién decide los números de la lista? ¿Quién ha hecho la lista? ¿Por qué ha creado la lista? ¿Por qué he hecho el test?

La semana pasada encontré este retwitt curioso y llegado este punto no entiendo nada.